Thursday, September 15, 2005

Literatura Reggaeton

Dedicado a Mario Mendoza (entre otros).

Parafraseando a un graffiti que vi alguna vez, cuando el destino quiere matar a un escritor, lo hace ganador de premios. El mal de la “premioditis” está acabando con la buena literatura colombiana, pues la evidencia muestra que no es bueno decirle a un escritor joven que es genial... No aún y sobre todo, cuando su estilo y sus letras necesitan todavía mucho trabajo y perfeccionamiento. Por esta razón, Colombia puede decir que tiene hoy en día toda una serie de pequeñas vedettes de la literatura, cuyos trabajos son, digamos, divertidos; cuyo talento a veces asoma en ciertos usos del lenguaje, pero que definitivamente no son las grandes letras nacionales de nuestro tiempo. Podrían llegar a serlo, claro, si siguieran trabajando, investigando, puliendo. El problema es que ya se han ganado todos los premios locales (a propósito, sería interesante que los jurados anotaran el por qué de la entrega de esos premios y de qué manera sus elegidos no son escritores consagrados... O a ver si eligen otros jurados) y las editoriales los convierten en pequeños dioses -claro, son los que venden en esta pobre y maltratada industria-. Más que escritores son ahora figuras públicas que deben atender múltiples ocupaciones: dar conferencias, firmar libros en las ferias, inaugurar escuelas, asistir a simposios, conceder entrevistas, elegir reinas, escribir columnas, tomarse fotos y asistir a cócteles... Es decir, todo menos lo que realmente debería importarles: sentarse a escribir. Escribir como escritor, quiero decir. En soledad y silencio; con disciplina, corrección, creatividad y entrega. Escribir desde las entrañas. Corregir despiadadamente. Buscar y revelar las historias únicas, los personajes coherentes, las herramientas adecuadas.

Quizás espero mucho de la literatura y de los literatos. Pero es que en un mundo que se debate entre Cartoon Network y la violencia más vulgar, algunos esperamos encontrar refugio en las páginas de un libro. Ojalá escrito por un colombiano... ¿Qué mejor? Quizás el ansiado bálsamo surja de aquel libro que está “súper in”. El que se leyeron, incluso, la modelito paisa y el ministro de obras públicas. Ese que salió reseñado muy positivamente en Cromos. El del afiche en la librería. ¿Cómo no va a ser bueno, si su autor se ha ganado un montón de premios? Además, a la tía gringa de Beatricita le fascinó y el chino adolescente, hijo del Mono Suárez, se lo “devoró” en quince días...

Hago el esfuerzo y termino el libro. Por deformación profesional, quizás, o porque no me voy a dejar ganar del chino Suárez. Pero al dar la vuelta final a la contraportada experimento el mismo alivio que cuando apago el noticiero en medio del reportaje de la bomba: ya no nos cabe más sangre gratuita, más reportajes insulsos, más historias amarillistas, más lástima por esta país. Ya o soportamos más investigaciones superficiales, palabras huecas, lugares comunes. No sé ustedes, pero yo ya estoy harta de pobreza, balas, droga y corrupción, y de la poco original manera en que siempre se cuenta la misma historia.

En adición, a la literatura contemporánea colombiana, como a Cartoon Network –a la que se parece mucho-, ya no le caben más personajes planos y estereotípicos. Está que rebosa de imágenes evidentes, recursos literarios eclécticos y de mal gusto (por parecer creativos) y efectos caricaturescos mal logrados.

¿Será entonces que el fenómeno literario colombiano responde hoy en día a una cultura basada en lo facilista, la vulgaridad y la falta absoluta de profundidad? ¿Será que nos enfrentamos a una literatura-reaggaeton? Lo evidente, lo explícito, lo que no requiere esfuerzo para ser comprendido, lo que no nos exige pensar. Por supuesto, esa es la manera fácil. Eso es lo que vende. Pero es una lástima perder buenas letras en la barahúnda comercial de nuestro fenómeno cultural. Es una lástima no permitirles madurar y construir Literatura, así, con mayúsculas. ¿Qué dirá la posteridad de nuestros jóvenes premiados? Algunos venderían con gusto su alma al diablo, como Enoch Soames, para comprobar el reconocimiento del futuro. Porque en lugar de dedicarse a perfeccionar su arte literario, se han consagrado a cultivar su ego.

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